Le nom qui efface la couleur, de Israel Ariño (Ediciones Anómalas) | por Francisca Pageo
¿Cómo leer un fotolibro? ¿Puede leerse un fotolibro? ¿Tienen los fotolibros algún atributo narrativo o historiador? Yo digo que sí, y Le nom qui efface la couleur, de Israel Ariño, editado por Ediciones Anómalas, no se queda atrás dentro de estos términos.
Para leer un fotolibro, una debe meterse en la imagen, pasar las páginas de una a una lentamente y quedarse con el poder hipnótico que algunas imágenes nos ofrecen; debe servirnos para contemplar otros mundos en los que, a través de la mirada del fotógrafo, podemos penetrar sin temor a que algo se nos vaya de nuestro interior. Y es que leer un fotolibro se basa en eso, en la contemplación de cada fotografía.
Le nom qui efface la couleur nos habla, como bien diría su autor, de la posibilidad de ser una cosa u otra; nos habla de lo que puede ser y no puede ser, de la libertad de la mirada y de cómo la enfocamos a la hora de entrar en un encuadre. En palabras de Ariño: «Esta serie es la consecuencia de una abstracción, de un estado mental particular en el que explorar los límites de la fotografía, un umbral desde donde asistir a la generación de un nuevo tipo de lugar, de carácter más vago y ambiguo pero al mismo tiempo más comprometido con un territorio colmado de sentimiento, metáfora y lenguaje.» De esta manera, el libro nos permite adentrarnos en aquello que la mirada de Ariño hace posible.
Entre blancos y negros y escalas de grises que se vuelven de lo más intensas, vehementes y despiadadas, el autor presenta un cierto modo de ver directo e indirecto, los dos a la vez. Nos ofrece una imagen de la realidad -su realidad- que evoca algo salvaje pero también ingenuo e inocente. Ariño retrata la naturaleza, lo posible dentro de nuestra entrada en ella, la inocencia de las miradas, la compatibilidad entre lo humanizado y lo natural; nos adentra en parajes naturales en los que el hombre ha entrado y en los que la naturaleza se nos ofrece de manera clara, tenue e inspiradora.
Animales, personas, paisajes, habitaciones… todos se transforman en un cierto ensayo visual, ya que dentro de cada fotografía logramos entrever una cierta línea narrativa e individual; cada una de ellas entraña una pregunta y una respuesta. Si bien en el libro Transmotanus de Salvi Danés -publicado también por la misma editorial- se nos presenta como un recorrido a través de un viaje que él mismo experimentó, Israel Ariño aborda una entrada a lo salvaje y a lo perpetuo sin entrar en recorridos. Se nos presentan pausas, imágenes congeladas donde todo ha sido olvidado, en las que su autor nos recuerda lo que pudo ser; también, al contrario, lo que es. Hay cierta ambivalencia entre lo que podemos ver, lo que podemos observar y lo que no es.
El proyecto fue llevado a cabo en Le Blanc, en pleno centro de Francia, lugar donde el artista residió. Así, vemos una Francia selvática y espesa, donde la niebla evoca la lejanía de un horizonte perdido, donde la belleza se presenta muy íntima y extremadamente inspiradora. Este fotolibro se convierte en todo un referente de lo que la fotografía de aquí y ahora es, donde la imagen refuta lo narrativo y nos hace empequeñecer ante la verdadera mirada del artista. Una mirada intrínseca y especial de la que logramos hacernos partícipes, con otra perspectiva de la vida y del mundo.
Sin duda, Le nom qui efface la couleur es una gran obra que todo apasionado de los fotolibros debería, si no tener, hojear y darle un vistazo de vez en cuando a lo que cada imagen nos presenta, ya que cada una de ellas habla por sí sola. Y eso es bello a la vez que apasionante.